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Terremoto 27/F en Chile: «sobrevivientes del dolor»

Recuerdo aún aquel 27 de febrero de 2010. Eran las 03:34 de la mañana. Hace un par de horas había terminado de cantar Arjona en el Festival de Viña del Mar. En mi pueblo estábamos celebrando el aniversario, yo me dormí muy cansado luego de preparar la siguiente jornada. De pronto mi cama comienza a moverse de lado a lado, a golpear las paredes. Yo me levanto de un susto y miro hacia la ventana. Estaba todo oscuro y se veían explosiones a lo lejos, como chispas eléctricas. Había un fuerte ruido que venía de debajo de la tierra, similar a un fuerte grito que se intenta tapar con una almohada o algún objeto. Bajé las escaleras, allí estaban mis padres intentando caminar por la sala. Nos reunimos en la cocina y nos abrazamos esperando a que terminara el sismo. Todo lo que era vidrio se había. Recuerdo que la olla con los frijoles de la noche aún estaba en la cocina y se cayó al suelo debido al movimiento. Se escuchaban los gritos de mi madre y a lo lejos otras personas gritaban intentando comprender el fenómeno. Fueron más de 3 minutos que pasamos así. Todo de movía de una forma sorprendente. En ese momento uno sólo piensa en sobrevivir, ir al lugar con menos riesgo para resguardarse. Mientras la tierra se movía tuvimos tiempo de hablar, pensar y compartir nuestras impresiones, pero el ruido del fondo de la tierra era intimidante. Al final todo se calmó.

Lo primero que hicimos fue salir a la calle a ver si los vecinos estaban bien. Nos gritamos de una casa a otra para verificarlo mientras nos iluminábamos con las pantallas de los teléfonos y alguna linterna LED que teníamos en casa. Nos quedamos en la calle un momento, sabiendo que podían venir réplicas. Efectivamente, no pasó mucho tiempo cuando comenzaron a sentirse más sismos bajo nuestros pies. ¿Qué hacer ahora? No sabíamos cómo reaccionar. Luego de ordenar la casa, recoger el vidrio y nuestras pertenencias que estaban destruidas, decidimos reunirnos todos en casa de mi abuela. Casi por instinto de familia llegamos todos a esa casa. Poco a poco llegó toda la familia. Era desesperante no tener iluminación, no saber qué había pasado en otros lugares, no teníamos agua potable y la señal de radio aún era inexistente. Al poco rato se activaron algunos sistemas de emergencia. Los bomberos salieron a las calles a dar un poco de esperanza, lo mismo hicieron Carabineros. En la casa de mi abuela logramos conectar mi teléfono que tenía radio incluida. Fue sorprendente saber que el epicentro había un poco más al norte, cerca de Concepción, de 8,8 grados en la escala de Richter y de IX en la de Mercalli. Estábamos abrumados pensando en el país. Este terremoto se sintió desde el centro norte hasta el sur. Más de 13 millones de personas lo sintieron.

Unidad en medio del sufrimiento

Cuando comenzaba a iluminarse la mañana, comenzamos a traer cosas de nuestras casas y armamos un campamento improvisado en el patio de la casa de mi abuela. Allí estábamos todos durmiendo en tiendas de campaña, cada familia en la suya. Comíamos de una olla común, muy grande, donde todos aportábamos lo que teníamos. Estuvimos al menos tres días sin agua potable. Durante el día comenzamos a conectar la radio, a buscar baterías, a intentar generar electricidad con motores, etc. Todos unidos intentando sobrevivir. Al poco tiempo llegaban noticias del sur, del norte, de Santiago, de Talcahuano. La información no era para nada positiva, la región del Bio Bio había sido la más afectada. Pero ahora teníamos otro problema, mi hermano mayor había ingresado hace apenas un mes a la escuela de grumetes de la Armada de Chile, cuya base se encontraba en la Isla Quiriquina a escasos kilómetros del epicentro que, además, había tenido lugar en el mar. Estábamos desesperados. Nadie sabía nada de aquellos jóvenes en la isla. La radio intentaba dar con la información, pero nada era sólido. Desesperados y luego de varios días sin saber de ellos, decidí viajar a Temuco para ir directamente al edificio de la Gobernación y pedir información sobre mi hermano. Fue horrible ver el desastre de la ciudad. ¡Cuántos edificios en el suelo, cuánta gente desesperada!

En los momentos de desesperación es cuando sale lo mejor y lo peor del ser humano.

La gente comenzó a saquear los supermercados, hasta uno mismo era visto como posible víctima en la calle. Nadie sabía nada de los grumetes. Hasta que, luego de tanta insistencia, logramos saber que ellos estaban bien. Habían activado los protocolos de emergencia y, gracias a Dios, lograron subir la montaña de la isla para resguardarse del tsunami que acompañó este gran terremoto. El agua arrasó con las barracas, los campos de entrenamiento, los vehículos y los víveres. Pero ellos estaban bien. Fue una gran noticia en medio de tanto desastre. Con mi curiosidad periodística y mi cámara de fotos, me lancé a documentar los saqueos. Estuve sacando fotos al saqueo del supermercado Líder de la calle Prieto norte. Era una ola de delincuentes, la mayoría jóvenes, que se acercaron en masa hasta el supermercado armados con palos y piedras. Al rato llegó Carabineros y logró amagar el saqueo, pero esto duró largas semanas en todas partes del país.

El Chile del 2010

El terremoto de 2010 aún queda en nuestras mentes y corazones como un momento crucial en nuestra vida. Una experiencia de vida / muerte que marcó nuestra historia. Fuimos partícipes de un hecho que dejó más de 500 fallecidos y cerca de dos millones de damnificados. Era otro Chile. Allí nos desvivimos ayudando a los demás, buscando agua, llevándola a las zonas más afectadas, compartiendo lo poco que teníamos, animándonos y abrazándonos mutuamente. En ese momento es cuando el bien venció el mal, era mucho más lo bueno que vivíamos que lo malo que escuchábamos en las noticias. Fueron momentos de incertidumbre, momentos duros, pero siempre estuvimos en familia apoyándonos y ayudándonos. Ahí salió a relucir lo importante de la vida: las relaciones humanas, la familia, el cariño de unos con otros, las palabras de ánimo, el amor. Ahora, este acontecimiento se guarda en nuestras memorias como recuerdo de que no debemos pelearnos ni estar enojados mucho tiempo, porque la vida es frágil y uno nunca sabe cuándo te será arrebatada. ¡Qué frágil es la vida! Basta un sismo, un tornado, una tormenta eléctrica, un aluvión y se nos escapa de las manos. Como humanidad tenemos la gran tarea de no perder lo esencial, centrarnos siempre en lo importante, agradecer a Dios por sus dones, crear comunidad.

Por último, quisiera compartir una canción que nos ayudó mucho en esos tiempos. Nos dio ánimos y fue como un himno entre los damnificados. No digo nada más para que la escuch

 

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