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La democracia de los tiranos

Desde hace unos años nos hemos tenido que venir acostumbrando a diversos cambios en nuestra sociedad. Todo a un paso apresurado, presagio de un control organizado que busca implantar ciertos pensamientos en el pueblo y cambiar las cosas desde dentro. El famoso adagio latino decía: «Divide y vencerás», esa es la mejor técnica para destruir una empresa, movimiento o país. Vean la situación actual: la crisis política en Venezuela, la guerra de Siria, la desnuclearización de la península coreana, las guerrillas en África, la pobreza en Haití, los atentados en Estados Unidos y Europa, el fracaso del gobierno en Italia, la lucha por la independencia de Cataluña, los abusos sexuales en la Iglesia Católica, las migraciones en Chile, etc, etc, etc. Un sinfín de problemáticas que tienen de trasfondo la división, a veces una división provocada externamente.

La democracia y sus promesas

La democracia desde sus inicios prometió cambios radicales en la sociedad. Es el pueblo quien elige a sus gobernantes, por ende, el poder reside en el allí, en el mismo pueblo. Pero lo que nadie esperaba es que los políticos, una vez elegidos, defenderían sus propias arcas y lucharían por sus propios intereses (salvo algunos casos de gente ejemplar con vocación de servicio público); entonces, ¿el poder sigue estando en el pueblo? Nos llaman a elecciones y allí vamos a votar a veces por el «menos peor» de todos los candidatos. Pasamos de una política del pueblo a una política de los partidos. Y aquí todos son cortados por la misma tijera. Se quejan los comunistas y socialistas de que la derecha tiene el poder y roba bajo disfraces de empresas, pero la experiencia nos ha demostrado que ellos también han robado y mucho, peor aún, del mismo dinero de la gente, del pueblo. Bajo estandartes de lucha social han engrandecido sus arcas personales y engrosado sus cuentas con millones y millones mientras la gente «de a pie» sigue luchando por sobrevivir a fin de mes. ¿Esto es lo que prometía la democracia?

El populismo

Otra cosa importante a considerar es el populismo, que se ha metido queriendo sazonar la «cosa pública» con aires triunfalistas de heroicidad y mesianismo barato. Lo único que ha causado este fenómeno ha sido desacreditar la política y hacer que la gente se aburra de las promesas de sus «ídolos». Ahora la gente desconfía hasta de su sombra. Este populismo ha naufragado en tierras totalmente peligrosas, dejando a merced de la gente la decisión y elección de los valores que rigen la sociedad, el valor fundamental de la vida, la diferenciación sexual, la suerte de los «descartados», el valor moral de las acciones, el destino de la juventud, etc. Todo lo anterior, fundamento de una sociedad libre, se ha dejado a merced del pueblo, a merced de la pseudo-democracia que, mayormente, es partidista. Se defienden las ideologías representadas por estos colectivos partidarios en lugar de un bienestar común que incluya a todos y cada uno de los ciudadanos.

Hoy vemos un mundo violento, con guerras por doquier, lleno de problemas políticos y sociales como en Venezuela, Nicaragua, Siria y las olvidadas naciones africanas. Ante esto, ¿qué podemos hacer? ¿Será acaso la democracia la que nos salve de este naufragio social? La mayoría de estos países sufrientes gozan de una democracia «débil», que no sigue los estándares internacionales y, por ende, no merece apoyo por parte de los más grandes. Este tipo de democracia populista nos ha llevado en el tramo de pocos años a desvirtuar lo que nos costó siglos construir: valores sólidos, una sana antropología, la centralidad de la persona, el bienestar común, etc. Ahora cada uno de los ciudadanos es escuchado en absoluto, cada uno tiene tribuna libre para pedir al gobierno o al estado con la certeza de que conseguirá todo lo que desee bajo el eslogan de: «Libertad de expresión».  

Pero resulta que estamos tan divididos socialmente que es difícil hablar de una verdadera libertad de expresión. Basta ver cómo los pro-aborto se enfrentan con los pro-vida en una lucha descarnada por ganar audiencia, siempre gritando y ofendiendo al oponente. No hay diálogo en esta democracia, no hay verdadera libertad de expresión. Por ejemplo, si alguien dice que la homosexualidad se puede tratar con terapias, ésa persona está condenada a la lapidación pública de la otra parte de la historia. Y, ¿quién dice algo? ¿Quién defiende en este caso la libertad de expresión?  

Los conceptos que antes eran válidos ya no lo son, todo es relativo para la democracia actual, lo importante para este populismo es «lo que tú sientas y creas», todo está bien. Pero, no todo está bien. Sabemos que hay una verdad detrás de tanta mentira y engaño, ¿quién la busca con sinceridad? El individualismo nos encierra en nuestros castillos de egoísmo, cerrando nuestro oídos a la súplica del sufriente y al llamado de los más débiles. ¿Quién se preocupa del otro?¿A quién le interesa el bienestar común?  

La democracia de los «tiranos»

Esta democracia que yo veo en muchos países fácilmente se podría llamar la «democracia de los tiranos» donde cada uno puede imponer sus ideales sin miedo a pasar a llevar al otro. «Es lo que yo pienso» dicen muchos, como si su sólo pensamiento fuera suficiente como para determinar leyes o normativas para el resto de la población. Permíteme decirte que mi pensamiento es uno de los 19.000.000 de pensamientos que hay en Chile, y es válido, pero no siempre expresa la absoluta veracidad de las cosas. Si reducimos la democracia a darle pan y circo a cada uno, a legislar para cada uno, a dejar contento a cada uno con afán de reelección y poder mantenido, ¿qué futuro nos espera? ¿Habrá alguien que luche realmente por el bienestar común y deje de actuar con populismo baratos que nos conducen directamente a la barbarie social? ¿Habrá alguien con criterio capaz de gobernar para los demás sin poner en medio de todos sus propios intereses? Sí, estoy seguro que lo hay.

En esta democracia de los tiranos cada uno de nosotros juega un rol fundamental, cada uno de nosotros es ése tirano que busca que su pensamiento se interponga al resto, que quiere ser escuchado y si es necesario legislado a favor propio. Cada uno de nosotros, desde su egoísmo e individualidad, busca ser reconocido en sus «opiniones» (ojo, no digo derechos), sin escatimar esfuerzos por conseguirlo, incluso aplastando la fama de otros contendientes. ¿Es esto lo que la democracia buscaba? ¿Es esto por lo que los valientes hombres de antaño lucharon en las guerras de independencia? ¿Es esto lo que nosotros queremos construir? ¿Queremos que cada quien mande e imponga sus ideales?   

Vergüenza debería darnos lo que sucede en Venezuela, pero mayor vergüenza deberíamos sentir al ver cómo los líderes políticos de los países vecinos a esta nación no son capaces de mover ni un dedo para frenar las migraciones, el desabastecimiento y la pobreza en el país. ¿Por qué sucede? Porque cada quien mira de la puerta hacia dentro, a nadie le interesa meterse en los problemas del otro, a veces bajo el principio de «autodeterminación de los pueblos», la excusa políticamente bien vista para no actuar frente a graves injusticias sociales en algunos países. La indiferencia política en que vivimos es agonizante y traicionera. Yo puedo vivir tranquilo ahora, pero ¿quién me garantiza que siga viviendo así en lo sucesivo? La democracia de los tiranos, de los egoísmos individualistas, no nos ayudará jamás a buscar un destino común para nuestra sociedad. Al contrario, seguirá dividiendo a las personas según la opinión manifestada, la cual sigue siendo influenciada por los medios de comunicación masivos y los colectivos con más influencia.  

Entonces, ¿qué podemos hacer? Buena pregunta. Yo me atrevo a decir que debemos buscar puentes de diálogo, pero realmente de DIÁLOGO, donde podamos escucharnos con respeto y hablar del destino de nuestras naciones sin tabúes ni prejuicios. Debemos recuperar aquella sociedad donde la libertad de expresión era hablar con respeto y exponer los ideales diversos, siempre en un clima cálido en pro del bien común. Debemos construir una pueblo unido, que luche por el todo y no por una parte de ella, que piense en los ancianos y jóvenes, que valore la vida en todas sus formas, que dé esperanza al pueblo desesperado, que acompañe a los sufrientes y enfermos, que no descarte a quienes tienen menos oportunidades y/o capacidades. Una sociedad que se construya en la paz y no en el conflicto. Una vez que pongamos las bases de esta sociedad podremos hablar, y desde allí avanzar y construir. Mientras tanto seguiremos en la lucha vikinga de la imposición de pensamientos. Podemos soñar, y no sólo soñar, con un futuro mejor.

Conclusión personal

Yo creo que podemos mejorar como sociedad, creo y por eso me atrevo a escribir esto. Creo que podemos construir otro mundo, sí, otro mundo es posible y tú también estás llamado a poner tu granito de arena. Piensa, ábrete al diálogo, comparte con los demás, construye sociedad.  

Todo esto lo escribo como religioso y cristiano que soy, creo en Dios y por ende mantengo viva la esperanza. Quisiera comunicarles esta esperanza que nos mueve a ser mejores día a día, pero sé que el testimonio de vida auténtica será el arma más eficaz para llamar la atención del mundo. Por ello, la tarea siempre comienza desde casa, desde mí mismo. Yo puedo cambiar para luego cambiar el mundo. Así que ánimo y adelante, que todavía tenemos tiempo.


Escrito originalmente en agosto de 2018 pero publicado en septiembre de 2021

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