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Periodismo de cartón

Para mí el periodismo siempre ha sido una profesión de gran importancia en el ámbito socio-cultural, porque tiene poder, tiene El poder de cambiar la cultura, de transformarla. Y es que la “verdad” comunicada tiene peso, arrastra con autoridad, es grande y fuerte. Lo lamentable en toda esta melancólica oda es que ya no puedo decir lo mismo.

Todo comenzó hace unos 5 años. Luego de un tiempo de desconexión mediática volví finalmente a usar redes sociales. Al entrar a Facebook me doy cuenta de un detalle minúsculo para algunos, pero que a mí me trajo mucha desazón: la página oficial de 24 horas de TVN publicaba contenido “viral”, esas típicas curiosidades que, a veces siendo anacrónicas, captan la atención del lector y atraen visitas a su web. Mi primera reacción fue: “si ya se corrompió TVN, ¿qué será de los demás medios de comunicación?”. Yo entiendo que una entidad periodística es minoritaria dentro de una empresa de entretenimiento como es un canal de TV, pero no me cabía en la mente que un medio serio de noticias publicara contenido “basura” para simplemente vender, tranzando su identidad por un fin lícito pero tan alejado del periodismo como es el “lucro”.

De allí en adelante se afiló mi sexto sentido. Aunque jamás terminé mis estudios periodísticos, siempre me mantuve en ese ambiente: escribía en algunas publicaciones católicas, participaba del debate público en redes sociales, me informaba lo más que podía y manejaba fuentes confiables. Pero mi “colmillo periodístico” no evitó encajar su mordida en aquellos medios que mutaron de manera irreversible a formatos más modernos y superficiales que se rindieron ante lo “viral”, momentáneo y anecdótico. No era sólo TVN, eran muchos otros medios más: Mega TV, Canal 13, CNN Chile, entre otros.

¿Es que ya no hay periodismo serio?

La mayor cantidad de contenidos se basa en una retórica popular e idealista que alaba la “opinión del momento” porque su interés es económico, ya no se busca investigar a fondo o dar a conocer hechos relevantes para la sociedad. Se oscurecieron los temas importantes: conflictos bélicos, hambruna en países africanos, problemáticas bioéticas como el aborto y la eutanasia, la defensa de los derechos de las mujeres musulmanas, la educación en países pobres, las crisis sociales en países con dictaduras; dando paso a OVNIS, teorías de conspiración, datos curiosos y temáticas ideológicas apoyadas por minorías. 

Los programas de TV preferían adaptar sus formatos periodísticos a una mera farándula, transformando las figuras emblemáticas del periodismo nacional en meros actores de un circo que parecía buscar el aplauso y la entretención, más que la verdad y la información. Ya no creíamos en las personas involucradas de primera mano en los conflictos, ahora le creíamos al panel del matinal de turno que nos enseñaba sobre ese tema. Dejamos de entrevistar, para “copuchar”, para “chismorrear”. Y es que la dopamina que trae consigo un chisme es mucho mayor que la satisfacción de la verdad puesta a la luz pública. Dimos paso al morbo desproporcionado, a la crítica sin igual, a la “mala leche” entre amigos, a las divisiones familiares frente a temas políticos, toda una batahola de negatividades expuestas en TV que contaminaron todo el medio comunicativo. Ya nadie podía opinar diferente, todo era usado en tu contra. Nadie podía defender la postura “impopular” porque se le atacaba incluso so pena de cesantía. 

Curiosamente, en pleno siglo XXI, tiramos a la basura la “libertad de expresión” y la “inclusión”, dando pie a la defensa de las posturas de turno y la cerrazón frente al pensamiento de quienes no gozaban de un estatus popularmente aceptable. ¿Quién definió lo popular, lo aceptable, las ideas que se pueden comunicar hoy? ¿Acaso los medios de comunicación no tuvieron nada que ver frente a este fenómeno? No me digan que los inocentes medios de comunicación jamás adaptaron sus lineamientos editoriales para ganar más poder y dinero con ello. Y es que vendieron el 5to poder (el periodismo) a la ideología de turno, pactaron con ella sin pensar en qué era lo que comunicaban, abandonaron sus raíces y sus valores tan propios.

El fin de la comunicación

La comunicación es la “acción de hacer en común”, un proceso humano que une dos realidades: emisor y receptor en un canal cuyo contenido es el mensaje. Ya no existe esta acción común, existe una trinchera ideológica que sólo permite “dires” y prohíbe los “diretes”. Es un monólogo infernal que no deja espacio a un otro, a un diferente, a un nosotros. Ahora el matinal o noticiero de turno busca defender una postura ideológica (popular, para vender más) y no cede ante la realidad, no quiere ver algo diferente, es lo que “todo el mundo piensa” y nada más. Es una cara de la moneda, una versión de la realidad, un lado del poliedro. Esta visión reduccionista de la realidad nos enfrasca en el egoísmo, y es que no somos capaces de salir de nuestra trinchera, no nos arriesgamos a caminar en el campo de batalla, a escuchar el “metralleteo” del prójimo. Sólo mi realidad basta, mis ideales son importantes y nada más.

Un periodismo transformado

Es por esto mismo que debo reconocer con gran dolor que si hoy estuviese saliendo del colegio para estudiar en la universidad, no volvería a elegir el periodismo. Está demacrado. Es una realidad agonizante que parece no tener cura a corto plazo. Todo esto sumado a un desprecio por el periodista que busca dar realce a la razón por sobre la ideología de turno, que busca respuestas fuera de los límites editoriales de su empleador. Ese periodismo arriesgado que nos mostraba por televisión Amaro Gómez-Pablos desde Irak, donde valía la pena informar de aquello realmente importante para la humanidad, se difuminó en una “opinología” que dejaba de lado el micrófono, las botas y el porte, para dar paso al sillón, el estudio minimalista y el café en la mano. Si amaro Gómez-Pablos, líder de la resistencia periodística, se corrompió y cedió al nuevo sistema “viral”, ¿qué nos espera a nosotros? Y es cierto que de algo tiene que vivir el periodista, que por alimentar a su familia a veces tiene que ceder a la línea editorial de su canal, pero no puede permitirse cambiar 180° su forma de hacer periodismo. Aquí pasa lo que decía el famoso adagio latino: “Corruptio optimi, pessima”, en español, “la corrupción de los mejores es la peor”.

El periodismo informativo que buscaba la verdad de las cosas se transformó a un periodismo de cartón, que tiene buena apariencia por fuera pero que no tiene nada de profesional. Traiciona las bases de los grandes próceres de las comunicaciones de todos los tiempos. Ahora el periodista, no conforme con ser además fotógrafo, camarógrafo y editor, debe mostrar hacer relucir frente al espectador una fábula que dista de la realidad. Pocos son, sin embargo, los que resisten a las modas de nuestra época y se esfuerzan (no sin penas, a contracorriente) por comunicar las dos caras de la moneda.

En la TV chilena tenemos sentados en los paneles de los matinales y los noticieros a periodistas o pseudos-periodistas cuya gran parte tiene preferencias políticas de izquierda, y fieles a su ideología, defienden a “rajatabla” su pensamiento sin importarle la otra versión o interesarse siquiera en conocer otras opiniones. Censuran a aquellos que no piensan igual, a quienes están en la otra trinchera, no tienen vergüenza en denigrar públicamente a sus semejantes con tal de quedar bien. Ese periodismo farandulero es un periodismo de cartón. Es como el vino en caja, parece bueno, pero es corriente y a veces amargo.

¿Cuánto más?

Malos ejemplos, a mi juicio, son muchos: Mónica Rincón, Daniel Matamala, Amaro Gómez-Pablos y la renombrada Paulina de Allende-Salazar que perdió completamente los estribos en su entrevista con José Antonio Kast, mostrándose dulce y afable frente a Gabriel Boric.

En estos momentos no veo un futuro prometedor, pero saliendo en defensa de algunos periodistas o panelistas de TV fieles a su vocación de comunicadores, hay que aplaudir públicamente a aquellos que se atreven a hacer un periodismo diferente. Pienso en Julio César Rodríguez, que puede conversar con cualquier persona y enfrentarla sea del bando que sea; en un Checho Hirane que, sin perder sus ideas, es capaz de entrevistar a medio mundo con alegría y prestancia; en un Juan Manuel Astorga que no tiene miedo de preguntar lo que sea a quien sea (se vio en el debate presidencial). Otro que ha sabido escuchar al que piensa diferente es Eduardo Fuentes en su programa “Mentiras Verdaderas” de La Red. En fin, de seguro hay varios más que se me quedan y que son fieles a su vocación.

Esperemos que este mentado “periodismo de cartón” que se vive en Chile se transforme como el ave fénix, que renace de las cenizas para volar alto. Necesitamos un periodismo capaz de afrontar los desafíos de hoy, capaz de desenmascarar las ideologías que son nefastas para el hombre vengan de donde vengan, un periodismo atrevido, que no pacte con la moda ni el mejor postor. Un periodismo serio, de investigación en la forma y en el fondo. Un periodismo que anime y motive a los jóvenes a estudiar esta noble carrera y a comunicar las dos caras de la moneda. Un periodismo que no mienta, sino que grite la verdad. Un periodismo, en fin, que salve al país de su grave crisis social y que promueva el diálogo entre diferentes, que construya y no destruya, que una y no divida, que cree puentes y no muros, que acoja y no censure. Ese periodismo sí que lo estudiaría yo, el otro es mejor que quede en el pasado.


Photo by Marcus P. on Unsplash

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