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¿Cómo ser un auténtico cristiano en tiempos de crisis?

Sufrir una crisis es de las cosas más humanas y normales que hay en esta vida. Todos alguna vez hemos sido presa fácil de ella. Pero, ¿qué pasa cuándo la misma Iglesia se ve envuelta en crisis? o ¿qué pasa cuando nuestro mundo está en crisis? Decir que la Iglesia está conformada de hombres santos y pecadores a veces suele no ser suficiente para sanar el dolor de tantas heridas y sufrimientos.

Aunque lo anterior es totalmente verdad, debemos ser conscientes de la fragilidad humana a la hora de proponer soluciones y encontrar un camino de reconciliación y comunión. Esto es lo que san Pedro, el primer papa de la
Iglesia, nos ha dejado en sus cartas.

Un mensaje lleno de optimismo que no opaca la realidad que se vive. Exhortaciones que llegan al «hueso» del problema, consuelo al afligido y fuerza al débil es lo que manifiesta en sus escritos. En este artículo vamos a recorrer siete consejos que nos deja para vivir en un mundo en crisis. A veces caótico, con problemas y dificultades.

¿Cómo podemos ser cristianos auténticos en un mundo en crisis? La respuesta la podemos encontrar en la primera carta de san Pedro 4:7-11.

1. «Sean sensatos y sobrios para poder rezar» (1 Pedro 4:7)

Al comenzar este pasaje, san Pedro, nos dice que «el final de todas las cosas está cerca» y que por esto mismo debemos «ser sensatos y sobrios para poder rezar». Podríamos decir muchas cosas al respecto, pero me detengo en un punto que creo esencial.

Los vientos de la «derrota», el olor a pecado y la contaminación que el mal deja en la sociedad pueden llevarnos a un estado de desconsuelo. Es como si no pudiéramos ver más allá de las cosas negativas. Un cristiano mira las dificultades como una oportunidad para amar más aún.

No podemos dejar que las crisis ahoguen nuestra oración y apaguen nuestra relación con Dios. Si vivimos en clave de eternidad, es decir, pensando que nuestra meta es el cielo y la vida eterna, podremos ser capaces de actuar con sensatez y orar con la sobriedad y sencillez que nuestra alma necesita para hablar con Dios.

Transformemos los problemas en oportunidades. Hagamos de nuestra oración el respiro que nuestro cuerpo necesita en el cansancio, así podremos vivir como verdaderos cristianos que miran siempre hacia lo trascendente. No permitamos que la angustia mine nuestro interior, que la desesperanza habite en nuestros corazones. Necesitamos ser fuertes para construir la civilización del amor como bien decía san Juan Pablo II. Para esto Dios te quiere a ti, te necesite y te llama.

2. «Mantengan entre ustedes una ferviente caridad» (1 Pedro 4:8)

La caridad (el amor) es la virtud reina del cristianismo. Si Dios es amor no podemos hacer otra cosa que amarle a Él y a nuestros hermanos. En los tiempos de crisis hay, por lo general, dos actitudes: están los que se aprovechan de la situación y buscan el beneficio propio (estos son los que se miran solo a sí mismos).

Pero también están quienes buscan ayudar a los necesitados, los que salen de sí mismos para entregarse. Este último caso debería ser el imperativo cristiano, ya que hemos sido llamado por vocación a amar a Dios y, por Él, amar a los demás.

Si mantenemos una «ferviente caridad» nos mantendremos unidos como hermanos venga lo que venga, pase lo que pase. El mundo se puede caer a pedazos a nuestro alrededor y nosotros seguiremos de pie porque nuestra casa ha sido edificada sobre la roca de Cristo. Pero no solo eso, el texto añade algo más: «porque la caridad cubre la multitud de los pecados».

¡Esto sí que es grande! La caridad vivida con autenticidad cubre nuestras faltas y pecados, porque «el amor es más fuerte que la muerte». (Cantar de los cantares 8:6). Miremos a Jesús, por amor ha vencido el pecado y nos ha dado la libertad.

Si amamos, podemos tener la certeza de que somos de Dios y Dios está en nosotros. Esto nos llevará siempre a buscar la reconciliación en la Iglesia o en el mundo que sufre.

3. «Sean hospitalarios unos con otros, sin quejarse» (1 Pedro 5:9)

Los primeros cristianos tenían la hospitalidad como una virtud importantísima. Se acostumbraba recibir al forastero, a darle de comer, a perfumarle los pies y luego se le preguntaba el nombre y de dónde venía. Esta característica tan propia de la fe cristiana se ha ido manifestando en una multitud de acciones: leproserías, orfanatos, escuelas, casas de peregrinos, santuarios, etc.

La hospitalidad es la caridad hecha obra. San Juan nos enseña a que «no amemos de palabra ni con la boca, sino con obras y de verdad» (1 Juan 3:18). San Juan de la Cruz repetía constantemente: «Obras son amores, no buenas razones», por eso el cristiano está llamado a encarnar el amor de Dios en el prójimo.

La hospitalidad es una virtud que tenemos que desempolvar, sobre todo cuando nos vemos inmersos en una cultura marcada por grandes migraciones y donde el egoísmo parece ser la reina. Ser hospitalarios es vivir la caridad cristiana, el amor de Dios, las obras de misericordia con el prójimo.

Es, finalmente, el ejercicio mismo de la caridad de Dios para con nuestros hermanos. No tengas miedo de ayudar a los demás en sus necesidades tanto en tiempo de paz como en tiempo de crisis, ya que Dios mismo nos ha ayudado en todo momento y lugar.

4. «Que cada uno ponga al servicio de los demás el don que ha recibido» (1 Pedro 4:10)

Esta es una invitación a vencer el egoísmo con la solidaridad. A veces pensamos que solo el hecho de donar dinero para causas benéficas es lo que vale, pero no, donar nuestra vida es un gesto mucho más generoso. Donar nuestros talentos, aquello para lo que somos buenos, compartir con el otro nuestros dones, esto es solidaridad.

El corazón se agranda cuando compartimos, y ¡qué mejor regalo que entregarnos a nosotros mismos en favor de nuestros hermanos! Si eres bueno cocinando, puedes poner tu conocimiento al servicio de los demás, ayudando en orfanatos y casas de acogida.

Si eres bueno para la comunicación, puedes ayudar en las diócesis o parroquias a actualizar la forma de comunicar en Internet. Si eres bueno para la música, puedes aportar enseñándole a otros a tocar nuevos instrumentos y formar parte de un coro que alabe al Señor. Hay tantas formas de colaborar como hay personas en este mundo.

Cada uno puede aportar lo suyo y hacer fructificar ese talento que Dios le ha dado. En una comunidad cada uno pone lo que tiene en beneficio de los demás, si lo vemos desde la óptica cristiana, nuestras comunidades pueden crecer mucho si nos donamos unos a otros. ¡Vence el egoísmo del mundo poniendo al servicio de los demás el talento que Dios te ha dado!

5. «Si uno toma la palabra, que sea de verdad palabra de Dios» (1 Pedro 4:11)

Lo que vayamos a decir sea siempre edificante y constructivo. Cuando todo el mundo se dedica a criticar en redes sociales, el cristiano puede ser un gran agente pacificador. ¡Tenemos mucho que aportar! Si vamos a tomar la palabra que sea siempre Palabra de Dios. Que nuestra boca proclame sus enseñanzas y sea testigo del amor de Dios.

Es triste ver a los cristianos peleándose unos con otros por tener opiniones diversas, cuando lo que deberíamos estar haciendo es dialogar y escuchar la parte que nos confronta para buscar juntos una salida. En este punto nos puede ayudar la virtud cristiana de la benedicencia, es decir, hablar todo lo bueno de los demás.

Que sea casi automático en nosotros el hablar las cosas buenas y dejar las críticas a un lado. A veces hay que decirse las verdades, esto también es católico, pero hay que hacerlo en un ambiente de caridad y escucha mutuas, de lo contrario se destruye mucho más de lo que se intenta construir.

Si nos tomamos en serio este punto podremos ser capaces de discutir todo tipo de temas con serenidad, sabiendo que el otro tiene un pensamiento digno de ser escuchado y estaremos cimentando la vía que nos lleve juntos a buscar soluciones para los conflictos y crisis de nuestra vida y de este mundo actual.

6. «Si uno ejerce un ministerio, hágalo en virtud del poder que Dios le otorga» (1 Pedro 4:11)

La palabra «ministerio» viene del latín minister, que significa «servidor» y esta, a su vez, deriva de la palabra minus, cuyo significado próximo es «menor», «menos» o «mínimo». ¡Somos pequeños frente a la omnipotencia de Dios! Y así, tan pequeños que somos, hemos sido llamados a un servicio.

Dios nos ha dado una misión en su Cuerpo que es la Iglesia para que aportemos a la construcción del Reino de Dios. Para Dios somos muy importantes, ¡tú eres muy importante! San Pablo nos recuerda que «hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo; y diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; y diversidad de acciones, pero Dios es el mismo que obra todo en todos» (1 Corintios 12:4-5).

Es Dios quien se manifiesta por medio de los ministerios y alarga su acción desde nuestras vidas. Somos esos instrumentos que Él utiliza para llevar a este mundo la paz, la reconciliación, el amor, el perdón, la misericordia. Por eso es tan importante que vivamos nuestro ministerio como un servicio que viene de Dios, ¡todo es mera iniciativa de Dios!

Porque «¿qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías, como si no lo hubieras recibido?» (1 Corintios 4:7). No tengas miedo a servir a los demás desde el ministerio que Dios te ha dado, tienes la fuerza de Dios contigo, tienes a una multitud de santos y ángeles que te encomiendan ante el Creador, ¡no estás solo, estás acompañado por toda la Iglesia Universal!

7. «Que en todas las cosas Dios sea glorificado por Jesucristo» (1 Pedro 4:11)

Hagamos lo que hagamos y estemos donde estemos seamos siempre reflejo de Dios en este mundo. Que en todas las cosas Dios sea glorificado en mi vida. Que mis palabras hablen de Dios, que mis actitudes lo comuniquen a los demás, que mi amor lo identifique en el prójimo, que mis acciones lo lleven a otros lugares.

Ojalá que podamos comunicar a Dios más con obras que con palabras. Cuando el corazón está ardiente de amor por Jesús es cuando cambiamos el mundo. Dios es glorificado en nuestra vida cuando hacemos el bien, cuando elegimos amar. ¿Por qué decimos que Dios es glorificado por Jesucristo?

Porque es Jesús quien nos enseñó el verdadero camino, es Jesús quien nos dejó la Iglesia, es Jesús quien nos dejó su Palabra, e imitando a Jesús estamos glorificando al Padre. Imitando al Hijo el Padre es glorificado. ¡Y esto es una gran noticia! Podemos hacer de nuestras vidas una perenne alabanza a Dios.

Como decía san Francisco en la «Plegaria Simple»: «Oh, Señor, hazme un instrumento de Tu paz. Donde hay odio, que lleve yo el amor. Donde haya ofensa, que lleve yo el perdón. Donde haya discordia, que lleve yo la unión. Donde haya duda, que lleve yo la fe. Donde haya error, que lleve yo la verdad. Donde haya desesperación, que lleve yo la alegría. Donde haya tinieblas, que lleve yo la luz».

Para tener siempre en cuenta

San Pedro, el primer papa de la Iglesia, nos deja estos consejos para sobrellevar las dificultades en medio de las crisis de este mundo. Los cristianos podemos iluminar mucho la oscuridad en la que caemos, podemos ser grandes antorchas que ayuden a otros a caminar en medio de las tinieblas.

La pregunta es: ¿quieres hacerlo? Si te decides por seguir a Jesús hazlo con todo el corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas, entrégate por entero a Dios y verás que cambiarás el mundo poco a poco. Una fortaleza se construye piedra a piedra, con pequeñas teselas se forma un mosaico, así también, con pequeñas acciones seremos capaces de construir el Reino de Dios en la Tierra.

Este mundo necesita de cristianos auténticos: niños, jóvenes, adultos y ancianos santos. El mundo pide a gritos coherencia y nosotros podemos aportar mucho con nuestra vida. ¿Podemos cambiar el mundo? Sí, podemos. ¿Podemos convertir las realidades temporales a Cristo? Sí, podemos. ¿Podemos ayudar a mitigar las crisis que se presentan? Sí, podemos. ¿Estás dispuesto a dar tu sí a Dios y a luchar por ser auténtico alcanzando la santidad? Tu respuesta puede cambiar el mundo.


Photo by Elias Arias on Unsplash

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