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El celibato sacerdotal, ¿imposición o vocación? 7 claves que nos da san Pablo


Estando en el norte de Italia se nos ocurre pasar a comer kebab a un local de comida egipcia, era lo único que había. Al llegar nos preguntan quiénes somos, qué hacemos, por qué vestimos camisa negra con “cuadrito blanco”, etc. Fuimos respondiendo a todas las preguntas con gran empatía, pero al decirles que vivíamos en estado célibe no lo pudieron creer. Uno de los jóvenes me preguntó entre risas: «¿De verdad ustedes no se casan? Es que yo no podría…» El joven tenía mi edad. Yo le respondí: «Pues, yo pensaba lo mismo, pero ya ves cómo es Dios, si te llama a esto es porque puedes»… Esta historia ayuda a ilustrar la situación en la que constantemente nos vemos interpelados: el celibato. Existen malos ejemplos, es claro, los conocemos y son casos famosísimos, pero que algunos sacerdotes no hayan podido vivir célibes no significa que el celibato no resulte o no sea un camino de felicidad. Estoy convencido de que sí se puede llevar a cabo cuando se es sacerdote por una llamada auténtica de Dios y una respuesta coherente del hombre.

Hablando de esto, el número 1579 del Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña: «Todos los ministros ordenados de la Iglesia latina, exceptuados los diáconos permanentes, son ordinariamente elegidos entre hombres creyentes que viven como célibes y que tienen la voluntad de guardar el celibato “por el Reino de los cielos”. Llamados a consagrarse totalmente al Señor y a sus “cosas”, se entregan enteramente a Dios y a los hombres».

Quiero compartirles 7 reflexiones tomadas de las enseñanzas de San Pabloque nos pueden ayudar a comprender mejor el celibato sacerdotal. ¿Es vocación o una imposición de la Iglesia? Espero se aclaren tus dudas.

1. «No todos pueden hacer esto, sino solo a quienes Dios se lo concede» (Mateo 19, 11)


Creo que el versículo es claro. No es una llamada universal sino individual y personal que hace el mismo Dios a sus elegidos. Si todos fuésemos por vocación llamados al celibato, no habrían matrimonios, ni familias, ni descendencia; por ello, Dios ha reservado una porción de su grey para consagrarla y de estos consagrados ha elegido una porción más pequeña para que sean sus ministros: los sacerdotes. En el sacerdocio pasa lo mismo que en el matrimonio, podemos decir que no todos pueden hacer esto, sino sólo a quienes Dios se lo concede. La vocación, es decir, la llamada personal que hace Dios a sus hijos en un estado de vida particular, es el camino que Él nos invita a recorrer sabiendo que es lo mejor para nosotros. Es la vía donde sabe que seremos felices y podremos alcanzar la plenitud.

2. «Quien pueda poner esto en práctica que lo haga» (Mateo 19, 12) 


Ya vimos que no todos pueden, solo los llamados. Por eso es importante hacer un buen discernimiento vocacional para ver con claridad si el sacerdocio es nuestra vocación de vida o no. Si no se realiza un buen discernimiento después las consecuencias se evidencian: infelicidad del sacerdote, búsqueda de recompensas y satisfacciones inmediatas, una doble vida que implica tanto una infidelidad a la vocación sacerdotal como a la persona con la que tiene una relación, etc. «Quien puede poner esto en práctica que lo haga». Quien no, que siga discerniendo su camino. A veces pueden pasar años antes de abrazar el plan de Dios, para esto se necesita también una madurez humana, psicológica y afectiva que ayuden al joven o al adulto a saber por dónde le llama Dios.

3. «Cada uno tiene de Dios su propio don: unos de una manera, otros de otra» (1 Corintios 6, 7) 


De cierta forma ya lo hemos dicho. Es decir, Dios llama a cada uno a una vocación diversa. Recuerdo que cuando entré a la vida religiosa comenzamos 38 jóvenes, luego 15 pasamos al noviciado, 8 profesamos y actualmente quedamos 4. Es así la vocación, Dios llama a algunos a este camino y a otros los lleva por otras sendas. «Cada uno tiene de Dios su propio don: unos de una manera, otros de otra». No significa que ser sacerdote sea mejor que casarse, ni casarse sea mejor que ser sacerdote; significa que lo mejor es aquello a lo que Dios mismo me ha llamado. En la Iglesia todos nosotros tenemos un lugar por designio de Dios y unos son el complemento de los otros. Nos necesitamos unos a otros, Dios nos ha llamado a vocaciones diversas para que podamos compartir y ayudarnos mutuamente en el camino de santidad. Si lo vemos así, ¡es genial!

4. «Es bueno que permanezcan como yo» (1 Corintios 6, 8) 


San Pablo dice explícitamente que es bueno permanecer como él, o sea, célibe. El sacerdote tiene tantas cosas que hacer que le es difícil vivir una vida como la de todo el mundo. Sale de un lado a otro, clases, charlas, retiros, predicaciones, cursos, etc. Su vida es para los demás. Su entrega a Dios se vierte en los necesitados, en los angustiados, en los afligidos, etc. No viven para sí mismos sino para los demás, como dice el Señor: «El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en redención de muchos» (Mateo 20, 28). Por eso es bueno para el sacerdote, ministro de Cristo, permanecer como lo hizo san Pablo: libre de las preocupaciones familiares para ocuparse de las cosas de Dios y de su Iglesia. Y, como todos sabemos, las cuestiones por las que ocuparse en la Iglesia son muchas. Además, a todo quien ha dejado padre, madre, casa, etc., Dios le promete el ciento por uno, entonces, ¡no podemos quejarnos! Los sacerdotes, y los que nos preparamos para ello, tenemos mucho para estar a agradecidos.

5. «La llamada del Señor convierte en libre al esclavo» (1 Corintios 6, 22) 


Aquí podemos hablar de libertad. Así es, el sacerdote es un hombre completamente libre porque así como es, completamente libre, ha dicho “sí” a una llamada de Dios. Nadie puede obligar o coartar a otro a ser sacerdote, sino que la decisión está en el mismo llamado. Por ende, si antes éramos esclavos de las pasiones, de la concupiscencia, de las cosas materiales, de las riquezas y el poder, ahora con la aceptación libre de la voluntad de Dios, dejamos de ser esclavos para ser libres. Es cierto que el hombre puede rechazar la vocación, porque es libre. Dios no te obliga de decir que “sí”, pero sí que te ayuda a ver con claridad que este es tu camino. Eso es ser un Padre Bueno: guía por el camino justo dejándote siempre la elección final. Esta desición que se hace de forme madura y bajo un discernimiento adecuado es el mejor camino que puedes recorrer, es lo que Dios ha pensado para tí. Lo único que tienes que hacer es descubirlo.

6. «Quiero que estén libres de preocupaciones» (1 Corintios 6, 33) 


San Pablo llevó una vida célibe sin mayores dificultades. Él mismo recomienda este estilo de vida. Es cierto que el ajetreo de los viajes, el cansancio, las travesías, las persecuciones, los discursos en las sinagogas, las declaraciones públicas de fe, el encuentro con los paganos, las cartas enviadas a las iglesias de alrededor, las discusiones con San Pedro, etc. no le permitieron casarse ni cuidar de su familia, y es que ya tenía bastante labor con llevar la gran familia de la Iglesia primitiva y dar a conocer la Palabra de Dios. Era, como se dice hoy, un hombre 24/7, disponible a todas horas. Y eso es precisamente lo que hace un sacerdote hoy: cuando alguien está enfermo, allí va con los sacramentos; cuando hay un funeral, allí va también; si alguien se arrepiente de sus pecados y quiere volver a Dios, es él quien le guía y en nombre de Dios le perdona. La figura del sacerdote es importante y necesaria para los fieles, ya que acerca los sacramentos y guía al pueblo de Dios por el camino de santidad. Con razón algunos le llaman “la extensión de Jesucristo en el mundo”.

7. «Pienso que yo también tengo el Espíritu de Dios» (1 Corintios 7, 39) 


Mirando el celibato solo de un punto de vista carnal puede parecer imposible, pero nosotros los cristianos nos sabemos guiados por el Espíritu Santo en nuestro peregrinar por la tierra. No estamos solos, Jesús ha prometido que vendría el Consolador a ayudarnos, y es así. El Espíritu Santo actúa aunque no nos demos cuenta. Nos sostiene con su gracia, con ayuda a vencer las tentaciones, a salir victoriosos en las batallas. Cualquiera que haya aceptado su vocación auténtica de Dios puede considerarse estar asistido por el Espíritu Santo para llevar a cumplimiento las obligaciones propias de su estado de vida. Cuando nos alejamos de la mano misericordiosa de Dios es cuando vienen los problemas. Caímos y nos ensusiamos cuando nuestro objetivo no es claro. Confiar en Dios Padre, en Dios Hijo y en Dios Espíritu Santo es la clave de “exito” de toda vocación. Por eso San Pablo decía con suma libertad: “yo también tengo el Espíritu Santo”, yo también soy ayudado por Dios.

***

Antes de terminar quisiera agregar que cuando hablamos de sacerdocio hablamos de una llamada personal de Dios, no de una profesión o trabajo que se elige. El hombre célibe responde a este llamado y se entrega totalmente a Dios para ser su ministro. Ciertamente este es un tema que se debe profundizar mucho más, para ello podemos citar algunos documentos de la iglesia que serán de mucha ayuda:


Les dejo a continuación una frase del Papa Francisco que nos ayuda a comprender de una manera más actual el sentido del celibato:

«Vosotros, seminaristas, religiosas, consagráis vuestro amor a Jesús, un amor grande; el corazón es para Jesús, y esto nos lleva a hacer el voto de castidad, el voto de celibato. Pero el voto de castidad y el voto de celibato no terminan en el momento del voto, van adelante… Un camino que madura, madura, madura hacia la paternidad pastoral, hacia la maternidad pastoral, y cuando un sacerdote no es padre de su comunidad, cuando una religiosa no es madre de todos aquellos con los que trabaja, se vuelve triste. Este es el problema. Por eso os digo: la raíz de la tristeza en la vida pastoral está precisamente en la falta de paternidad y maternidad, que viene de vivir mal esta consagración,que, en cambio, nos debe llevar a la fecundidad. No se puede pensar en un sacerdote o en una religiosa que no sean fecundos: ¡esto no es católico! ¡Esto no es católico! Esta es la belleza de la consagración: es la alegría, la alegría» (Papa Francisco en el “Encuentro con los seminaristas, los novicios y las novicias»
Aula Pablo VI, 6 de julio de 2013

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