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A pesar de todo «¡Cristo Reina!»






Expresar la fe católica nunca ha sido fácil. Somos conscientes de que tenemos un gran tesoro en nuestros corazones que el maligno siempre ha querido robar, y no se da por vencido a pesar de nuestras constantes muestras de fidelidad a Dios. Allí viene una y otra vez queriendo dejarnos en soledad, vacíos por dentro, llenos de duda y sumidos en la desesperanza. En estos momentos donde debemos recordar las palabras de San Pablo:

«Cuando me siento débil, entonces es cuando soy fuerte» (2 Corintios 12.10).

Y es que en la debilidad se manifiesta el poder de Dios, aquel poder que actúa siempre en el corazón que confía, que ama, que se abre a la gracia de Dios. El mundo busca mil y una formas de llevarnos por el camino del ateísmo, o de corrientes anti-religiosas. Se esfuerza en poner frente a nuestros ojos toda clase de aberraciones y maldad. Basta ver las noticias por televisión u hojear un periódico para darse cuenta de todas las catástrofes que los medios nos cuentan, pero ¿dónde está lo bello, lo maravilloso y la alegría de la vida? Al quitar de nuestra mirada a Dios se quita con él la paz, la concordia, el amor desinteresado, el bienestar social, el sentido de comunidad, el núcleo familiar, etc. Tal vez pensemos que es hoy cuando está todo mal, que antes se atacaba la fe pero no tanto como ahora; pienso que no es así. Siempre se ha atacado la fe, sólo que con el paso del tiempo se ha ido sofisticando este ataque. Se moderniza junto con la sociedad y la tecnología. ¿Algún día acabará? Sí, cuando llegue Cristo, nos llame por nuestros nombres y nos lleve de la mano hacia el descanso eterno. Mientras, aquí estamos, caminando siempre a pesar de las dificultades.

No debemos tener miedo a decir: «¡Yo creo!». Debemos saber discernir cada situación y ser auténticos. Sí, muchos quieren olvidarse de Dios, alejarlo de la vida de los demás, hacerles dudar y para esto se inventan diversas técnicas. Pueden quitar el crucifijo de las escuelas, las cruces de las calles, la imagen de Cristo de las redes sociales, las publicaciones cristianas de los periódicos, las columnas de opinión de los sacerdotes en periódicos, los programas televisivos católicos; pueden clausurar las radios católicas, cerrar iglesias o convertirlas en museos, quitar la religión de la educación, los valores de la sociedad; pueden pretender mutar el concepto de familia, de identidad personal, de conciencia social; pueden hacer lo que quieran, pero hay algo que no podrán hacer nunca: impedir que Cristo reine. Eso sí que es imposible, porque Cristo, aunque no lo queramos, reina en el mundo así como la luz ilumina en medio de la oscuridad. Por eso le llamamos “luz del mundo”. Podemos desear, tal vez querer o luchar porque no exista, pero a pesar del esfuerzo humano Él sigue ahí siempre, inmutable, eterno, maravilloso, grandioso. El grito de «¡Cristo Reina!» yace en todo cristiano auténtico que le busca, que le abre su interior, que se acerca a la Eucaristía y le recibe con amor. No son sólo palabras bonitas (aunque sí son hermosas), es realidad pura y dura.

Resulta inútil impedir el Reino de Dios y su justicia, antes pasarán el cielo y la tierra a que deje de cumplirse su Palabra. ¡Cristo Reina! Hay que repetirlo primero en el corazón, sí y esto parte de tí cristiano. Luego compartirlo a los demás en las redes, en conversaciones, en imágenes, en texto, videos, etc. Pero sobre todo decírselo a Él mismo.

«Acérquense a Dios y Él se acercará a ustedes» (Santiago 4.8).

Búscale, mírale y déjate mirar por Él y ya verás… Cristo reina, Cristo ama, Cristo cumple sus promesas, Cristo no se deja ganar en generosidad, Cristo camina con nosotros, Cristo nos perdona todo, Cristo es la fuerza para cambiar, Cristo es el alimento diario…

«¡Cristo Reina!»

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