Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Imagen

¿Quiénes son los consagrados a Dios? 9 datos que nos da la Biblia


Dice el libro de Job que «Dios habla de muchas formas aunque no nos demos cuenta»  (Job 33, 14). Esto se repite una y otra vez a lo largo de la vida: en un acontecimiento, en las palabras de un religioso, en una homilía dominical, en una oración, etc. También sucede, y con mucha mayor fuerza, cuando leemos la Palabra de Dios. Allí nos habla Dios, nos ilumina y nos invita a reconducir nuestra vida. Siempre con algo nuevo. Para nosotros, los consagrados, la Palabra de Dios es parte fundamental de nuestra jornada diaria; allí encontramos luz, ayuda, consuelo y orientaciones para vivir con más entrega nuestra vocación.
A continuación les daré a conocer 9 características de un consagrado a Dios que podemos reflexionar en el pasaje de las Bienaventuranzas. Si tienes inquietud vocacional, lee este pasaje y medítalo en oración, y verás como Dios te dará a conocer más de cerca su voluntad.
Un consagrado a Dios…

1. Busca la pobreza de espíritu

No es coincidencia que sea el primero, ya que tiene una gran importancia. La pobreza es una palabra a veces mal utilizada y poco comprendida en una sociedad tan consumista y competitiva como la nuestra. Hay dos tipos de pobreza; la primera tiene que ver con la material o tangible, donde somos capaces de abandonarlo todo, donde no necesitamos de nada, es un desprendimiento de los bienes materiales; el segundo tipo de pobreza que podemos identificar es la pobreza espiritual. Ésta es mucho más virtuosa y difícil de conseguir. Requiere un desprendimiento interior, de los propios pensamientos, “quereres”, ideas… de “mis cosas”. Dejarlo todo para poseerlo todo. Abandonar mi interior en Dios para que Él entre en mí a vivir con todo lo que es. ¡Esto es casi heroico! Estos dos tipos de pobreza son los que constantemente busca el consagrado a Dios. No se contenta con dejarlo todo materialmente, sino que busca abandonarse completamente en Dios, única posesión verdadera que llena el alma y todo nuestro ser.
«Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mateo 5, 3).

2. Ofrece sus aflicciones a Dios

El religioso, la hermana religiosa, el sacerdote, el obispo, el papa, todos ellos son personas como nosotros, de carne y hueso. No dejan de sentir penas y tristezas al consagrarse a Dios, es más, a veces la consagración trae consigo mayor sufrimiento. Pero no aquel sufrimiento negativo que el mundo predica, sino el sufrimiento que reposa en Dios. ¡Esto es locura para el mundo! Un sacerdote y/o religioso cuando está triste busca más a Dios, porque sabe que Él está siempre esperándole. El Espíritu Santo de Dios es llamado “el consolador” porque viene en nuestra ayuda cuando se lo pedimos y lo necesitamos. Debemos confiar en Él. Saber ofrecer nuestras aflicciones a Dios diciéndole: «Señor, aquí estoy de nuevo, esta vez un poco triste, afligido. Ya conoces mi interior. Te ofrezco este sufrimiento, estas penas, en favor de las almas a las que me has enviado para su salvación y conversión de corazón. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Me entrego a ti con todo lo que soy y todo lo que tengo». Una oración así, sincera y humilde, Dios la escucha. Pero debemos saber ofrecérselo al Señor día a día.
«Dichosos los afligidos, porque Dios los consolará» (Mateo 5, 4).

3. Quiere ser más humilde

A todos nos falta humildad. Es de las virtudes más cotizadas. Para ser humilde es necesario abandonarse completamente en Dios a través de la pobreza que hablamos anteriormente. El consagrado a Dios busca la humildad del corazón, la verdadera, porque sabe que ése es el camino que Dios ha trazado para su santidad de vida. La busca arduamente y pone los medios necesarios para adquirirla y es un trabajo constante que requiere de la gracia de Dios. Jesús dice: «Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón y encontrarán descanso para sus vidas» (Mateo 11, 29). ¿Hay algo más grande que imitar a Jesús? Y, además, es precisamente esta humildad la que dará descanso a nuestras vidas. Parece que la vida espiritual fuese un círculo, una cosa te lleva a otra, y la otra a otra más grande, y así, vas creciendo paso a paso. Si eres un consagrado a Dios o crees que este es tu camino, decídete por seguir al Señor, Él de la humildad verdadera.
«Dichosos los humildes, porque heredarán la tierra» (Mateo 5, 5).

4. Se sacia solo en Dios

La justicia en lenguaje bíblico significa “hacer la voluntad de Dios”. Todo hombre o mujer que sigue a Jesús quiere y busca hacer su voluntad siempre. Por ende, su único alimento y bebida es Jesucristo. Todos queremos nutrir el cuerpo tomando alimentos adecuados, ¡cuánto más en la vida espiritual! El alimento más adecuado, el mejor de los mejores, es Jesucristo. Sacia, satisface y nutre toda alma que se acerca a Él. No hay nada más en la vida que le pueda dar la saciedad completa, no lo hay. Por más que busque en las cosas materiales, en el Internet, en las relaciones de amistad externas, en las comidas y eventos sociales, en el coche último modelo, en la ropa más exclusiva, en todo eso no encontrará lo que encuentra en Dios. ¡Quien ha encontrado a Dios ha encontrado su tesoro! No quiere otra cosa que tenerlo y conservarlo. Ojalá esta fuera la actitud con la que los consagrados estemos viviendo nuestra vocación, si no es así, estamos a tiempo de regresar a las sendas del Señor. Siempre se puede recomenzar, siempre es tiempo de conversión.
«Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque Dios los saciará» (Mateo 5, 6).

5. Transmite la misericordia de Dios

Esta palabra resuena por todas partes, pero, ¿qué tanto la comprendemos? Es complicado hablar de misericordia cuando ni siquiera nosotros somos capaces de practicarla. Es duro decirlo, pero a veces nosotros los consagrados ni luces damos de misericordia a quienes nos rodean. Sí, somos humanos, y a veces nos quedamos sólo allí, en la humanidad, sin elevar nuestra visión a lo sobrenatural. Pero el ideal de todos es ser “misericordiosos como el Padre”, misericordiosos 24/7, siempre. Es difícil pero al menos lo intentamos. Es tan necesaria la misericordia hoy en día, pero la misericordia bien entendida, no esa barata que nos venden algunos diciendo que debemos aceptarlo todo y permitirlo todo, eso no es misericordia; la verdadera misericordia es enseñarle al otro cuando no sabe, dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, visitar al prisionero, etc. Eso es misericordia. Pero cuando los católicos explicamos el significado de esta palabra tan usual muchos se asustan, claro, si Dios nos llama a cosas grandes, no a las pequeñeces que encontramos en el mundo. Transmitir la misericordia con la propia vida es un reto, pero para allá caminamos todos. No te olvides de transmitirla en todo momento, porque en cada acto de verdadera misericordia, Dios se hace presente.
«Dichosos los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos» (Mateo 5, 7).

6. Cultiva un corazón limpio

Pero, ¿qué significa esto? Significa mirar como Dios mira. Querer como Dios quiere. Amar como Dios ama. Es grande esta empresa, pero si abrimos el corazón Dios actuará. Un corazón limpio no busca a los demás por interés, no guarda rencor, no es envidioso. Un corazón limpio es el corazón que enfrenta con fe las adversidades de la vida. Este corazón está tranquilo con su conciencia porque todo lo orienta a su Creador, a Dios Padre. Este es el corazón que Dios pide a cada consagrado, por eso la respuesta de todo hombre y toda mujer entregada a Dios debería ser: «Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo». ¡Haz mi corazón semejante al tuyo! Aunque sea un poco. Pedirlo en la oración, cultivarlo con acciones concretas, disponerlo día a día. Y Dios actuará porque «para Dios todo es posible» (Mateo 19, 26).
«Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mateo 5, 8).

7. Es constructor de paz

El sacerdote es un constructor de paz. Donde haya un sacerdote debe haber unidad, concordia y paz. No es algo mágico, es la fuerza de Dios que se manifiesta a través de sus instrumentos humanos como los sacerdotes. Si nos pensamos en los grandes conflictos bélicos de la historia veremos cómo la Iglesia siempre ha intentado construir puentes de paz entre enemigos. Es importantísima la unidad y la paz incluso en el Cuerpo Místico de Cristo que es su Iglesia. Allí acudimos todos para buscar a Dios, estar con Él y compartir la fe con nuestros hermanos. Nadie es perfecto, todos, incluso los sacerdotes, tenemos defectos y debilidades. Pero ahí está lo hermoso, porque siendo todos imperfectos y pecadores elevamos una misma oración a Dios. Construir la paz en el mundo no es fácil, requiere sacrificios y abnegación. Cuesta, duele a veces, se reciben críticas y malos entendidos, pero como decía san Pedro «no podemos dejar de proclamar lo que hemos visto y oído» (Hechos 4, 20), no podemos dejar de construir la paz y la unidad en el mundo de hoy.
«Dichosos los que construyen la paz, porque Dios los llamará sus hijos» (Mateo 5, 8).

8.  Anuncia a Cristo siempre

Anunciar a Jesús no resulta fácil. Somos signos de contradicción. «Nosotros predicamos a un Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos» (1 Corintios 1, 23). ¡Jamás nos acostumbremos a escuchar noticias de nuestros hermanos cristianos perseguidos y torturados! Debemos sostenerles siempre con nuestras plegarias, con nuestros sacrificios, con nuestra oración. Es una realidad dura que debemos afrontar como Iglesia. Pero, ¿qué hacer? Jesús nos da la clave: «Igual que me han perseguido a mí, los perseguirán a ustedes; y en la medida en que pongan en práctica mi enseñanza, también pondrán en práctica la de ustedes» (Juan 15, 20).Nuestra coherencia de vida será tierra fértil donde crecerán futuras vocaciones. ¿Persecuciones? Sí, vendrán y están viniendo, pero sin temor seguimos caminando, seguros de que nuestra esperanza radica en Jesucristo.
«Dichosos los perseguidos a causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mateo 5, 7).

9. Viven en la verdad sin temor

Somos peregrinos en esta tierra y nuestra mirada está en el Cielo. Allí se dirigen nuestras intenciones, oraciones y acciones. Mientras estemos en este mundo las cosas no serán fáciles, siempre habrá nuevos desafíos, problemas y contrariedades. Pero, ¿puede todo esto desanimarnos? No. Para un hombre o una mujer de Dios no hay nada que le desanime. Cierto, no somos superhéroes, todos sufrimos y también lloramos, pero la fe en Cristo Jesús nos ayuda a fijar la mirada en Él cuando por las circunstancias de la vida nos desviamos. Esa mirada sostiene a los demás cuando titubean o dudan. En los momentos de persecución, cuando evangelizamos sin respuesta favorable, cuando todo va contracorriente, en ese momento de tormenta es Jesús quien nos dice «¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?” (Mateo 8, 26) y vuelve la calma a nuestra barca. San Maximiliano María Kolbe escribía: «¡Vendrán tiempos más difíciles de pruebas, de tentaciones y de desaliento! ¡Pero el recuerdo de las gracias recibidas será para vosotros válido sostén y fuerza victoriosa en las dificultades de la vida!».
«Dichosos serán ustedes cuando los injurien y los persigan, y digan contra ustedes toda clase de calumnias por causa mía» (Mateo 5, 7).

Comentarios