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Mi seguridad está… ¿dónde está mi seguridad?

El mundo de hoy nos invita constantemente a abandonar toda esperanza. Sí, es cosa de pensar en las seguridades que tenemos: pensamientos, deseos, formas de ver la vida, proyectos… y entre esto, ¿dónde está aquello de confiar en el auxilio de la gracia del Espíritu Santo? Se nos olvida que no dependemos de nosotros mismos. Aunque no lo queramos nuestra vida está arraigada en Dios, de Él salimos y a Él volvemos. Podemos preguntarnos:¿Cuáles son mis seguridades? ¿es Dios, es mi vida, son mis cosas, son mis sueños y planes?
Las seguridades. Tal vez esta palabra está sobrevalorada hoy. Seguridad para todo: en la casa, en el coche, en la computadora, en el celular, en el facebook, en mis contraseñas… seguridad en todo. Las imáganes nos dan una gran enseñanza ya que rememoran acontecimientos olvidados como un cumpleaños, la visita a un lugar importante, un viaje, etc. Por eso solemos, además de guardarla en el USB, subirla a la nube, hacer una copia en el disco duro y, por si se pierde todo o no hay electricidad, la imprimimos para tener la posibilidad de verlas. Así nos pasa en nuestra vida. La llenamos de cosas, de necesidades, de planes… Hacemos copia de todo lo que es “importante” para nosotros, la mayoría son seguridades humanas. ¿Mi seguridad está en lo que poseo?, ¿me siento seguro cuando tengo un buen coche, el último celular, internet ilimitado para que no se acabe, mucho dinero, comentarios y likes en mi red social, mensajes internos que demuestran que otros me necesitan, retweets porque valoran mis palabras? Todo eso son seguridades humanas. Así, dando valor a lo que no nos llena, nos vamos vaciando de Dios. Se sustituye el espacio de Dios por el amor a los bienes materiales, por el amor a nosotros mismos.
Pero para un cristiano auténtico, ¿dónde está su seguridad? En Dios. Dios es nuestra seguridad. El salmo 23 lo deja muy claro cuando canta:
«Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza» (v. 4)
No temo porque Tú estás conmigo. Mi seguridad es Dios. Enraizado mi corazón en Él todo encuentra sentido, se llenan los vacíos, se colma de amor nuestro ser, se fortalecen nuestras fuerzas. ¿Qué más necesito? Nada. Como decía Santa Teresa: “Sólo Dios basta”. Y así nuestra vida cobra sentido. Da gusto vivir así, compartir con los demás, soñar y desear… da gusto vivir cuando nuestra esperanza y nuestra confianza están en Dios. Ojalá podamos decir junto al salmista:
«¿A quién sino a ti tengo yo en el cielo? Si estoy contigo, no deseo nada en la tierra. Aunque mi corazón y mi carne se consuman, Dios es mi herencia para siempre y la Roca de mi corazón […] Mi dicha es estar cerca de Dios: yo he puesto mi refugio en ti, Señor» (Salmo 73:25–28)
Esa confianza en Dios es fruto de una creciente humildad. Esa confianza en Dios es la única arma que puede hacer frente a los ataques contra la esperanza. Porque creemos en Él y le creemos a Él. Confiamos nuestra vida entera a su misericordia y a su amor. Pero, ¿no será esto una especie de conformismo, de ceguedad, de testarudez? Pregúntenle a los santos como lo hicieron, si confiaban en Dios o no; o yendo aún más cerca: aquellos hombres y mujeres que hoy en día mueren en Siria y en algunos países árabes por el simple hecho de creer y confiar en Dios… ¿díganme si aquellos hombres estarían dispuestos a morir por una idea, por una testarudez, por un conformismo? Yo soy un convencido de que no.
La esperanza. Gran virtud que debemos profundizar y valorar más. Pedirle a Dios, como lo hacía San Francisco de Asís, “una esperanza cierta”, cimentada sobre la confianza en Dios. Si leyéramos las grandes narraciones que la Biblia nos deja aprenderíamos rápidamente de esta esperanza. La carta a los Romanos habla sobre “la esperanza contra toda esperanza” que tiene Abrahán, cuando viejo y cansado, es elegido por Dios para ser padre de multitudes. Y véanlo después, lo pudo hacer, no por sus propias fuerzas sino por la fuerza que viene de la confianza en Dios. Allí está María, la madre de Jesús, que confiando también en Dios dijo “sí” a su llamada… no era fácil ser madre en su tiempo, menos cuando esperaba un Hijo del Espíritu Santo… ¿cómo lo explica? ¿cómo le dice a José que todo esto es obra de Dios? Confianza en Dios. Esperanza en Él.
Por último les comparto un texto del Papa Benedicto XVI que expresa muy bien qué es la conversión verdadera, la confianza en Dios, la esperanza… al estilo que sólo él sabe:
«Pero, ¿qué es en realidad convertirse? Convertirse quiere decir buscar a Dios, caminar con Dios, seguir dócilmente las enseñanzas de su Hijo, de Jesucristo; convertirse no es un esfuerzo para autorrealizarse, porque el ser humano no es el arquitecto de su propio destino eterno. Nosotros no nos hemos hecho a nosotros mismos. Por ello, la autorrealización es una contradicción y, además, para nosotros es demasiado poco. Tenemos un destino más alto. Podríamos decir que la conversión consiste precisamente en no considerarse “creadores” de sí mismos, descubriendo de este modo la verdad, porque no somos autores de nosotros mismos.
La conversión consiste en aceptar libremente y con amor que dependemos totalmente de Dios, nuestro verdadero Creador; que dependemos del amor. En realidad, no se trata de dependencia, sino de libertad. Por tanto, convertirse significa no buscar el éxito personal — que es algo efímero — , sino, abandonando toda seguridad humana, seguir con sencillez y confianza al Señor a fin de que Jesús sea para cada uno, como solía repetir la beata Teresa de Calcuta, “mi todo en todo”. Quien se deja conquistar por él no tiene miedo de perder su vida, porque en la cruz él nos amó y se entregó por nosotros. Y precisamente, perdiendo por amor nuestra vida, la volvemos a encontrar.»
Papa Benedicto XVI, Audiencia general (21 de febrero de 2007).

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