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7 enfermedades de nuestro mundo que todo cristiano está llamado a sanar


Para muchos la sociedad de hoy ha cambiado radicalmente. Pasamos del matrimonio tradicional a otras formas de unión civil, de la defensa de la vida al aborto, de la libertad de opinión a la censura pública con pena de cárcel. Sabemos que el hombre cambia constantemente, pero ¿es posible que podamos transformarnos en una sociedad indiferente en unos años?
¡Estamos a tiempo! Si tenemos en cuenta estas 7 enfermedades podremos sanarlas. A continuación te dejamos una enfermedad y una clave bíblica para interpretarla.
La sociedad de hoy padece una enfermedad de tipo…

1. «Mezquinamente solidaria»

soledad
Si nos piden dinero en la calle, muchas veces damos. Si alguien necesita ayuda o una anciana nos pide el brazo para cruzar la calle, la asistimos. Pero si esto ocurriera en silencio, no en la vida pública, ¿lo haríamos con las mismas ganas? Damos, pero no nos interesamos realmente por quien nos pide. Prestamos pero no vemos más allá del acto. Nuestras acciones no van más allá del momento. Por eso me atrevo a decir que la sociedad de hoy es mezquinamente solidaria, porque sí damos, pero no damos como conviene. Si tan solo hiciéramos caso a las palabras de Jesús que dice:

«Que cada uno dé conforme a lo que ha resuelto en su corazón, no de mala gana o por la fuerza, porque Dios ama al que da con alegría… Sepan que el que siembra mezquinamente, tendrá una cosecha muy pobre; en cambio, el que siembra con generosidad, cosechará abundantemente» (2 Corintios 9, 6 – 8).

2. «Individualmente sociable»

encuentro
Somos seres sociables. Aunque no queramos necesitamos de los demás para vivir. Si fuese diferente no existirían las «redes sociales» que, (aunque por internet) conectan a las personas. Este «ser sociables» nos pide comportarnos como sujetos miembros de un colectivo de personas (sociedad), pero, ¿nos preocupamos por los demás miembros de la sociedad? Es cosa de ver la relación que hay entre vecinos o en el colegio para reconocer que cada vez nos alejamos más unos de otros. Vivimos un individualismo enmascarado. Hagan la prueba: en un autobús hace 20 años la gente aunque no se conocía conversaba entre sí y buscaba temas para hacer más llevadero el viaje; hoy vemos un panorama diferente: niños, jóvenes y adultos que no despegan sus ojos de la pantalla, sus oídos de los audífonos y su mente de sí mismos.

«El que no se ocupa de los suyos, sobre todo si conviven con él, ha renegado de su fe y es peor que un infiel» (1 Timoteo 5, 8).

3. «Superficialmente profunda»

superficial
Hoy en día es cuando más se defienden los derechos y se lucha por causas comunes. Al parecer tenemos izada la bandera de la libertad. Pero si nos ponemos a pensar, ¿realmente «me la juego» por defender causas comunes, o busco solo mi propio bien? Creemos que este deseo por reivindicar nuestros «derechos» nos hace amar más al hombre, nos hace filantrópicos, pero no vemos que la mayoría busca solo saciar sus propios intereses. Queremos ampararnos en algo profundo como puede ser el derecho a decidir, por ejemplo, pero esto nos hace distanciarnos más unos con otros y caer indefectiblemente en una superficialidad con apariencia de trascendencia. La verdadera profundidad para el hombre está en Dios, Él es quien puede llenarle el corazón. Buscando otras «profundidades» caeremos en el Reiki, el Yoga, el Tai-Chi, etc. Dice San Agustín: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti» (“Confesiones” 1.1), en esta frase yace la profundidad de ser Hijos de Dios. Nuestro corazón busca a Dios y sólo en Él se encuentra realizado a plenitud.

«Busqué al Señor: él me respondió y me libró de todos mis temores» (Salmo 33.5). 

4. «Frustradamente feliz»

felicidad
Cada vez que se consigue un nuevo «progreso» en materia legislativa como el divorcio o el aborto, parece alegrarse la sociedad. No todo, está claro. Pero rápido salen a las calles a celebrar su victoria. Pasan los días y vuelve el deseo insatisfecho. Y es que una ley aprobada, un capricho concedido o una necesidad saciada no le da la felicidad permanente al hombre. La felicidad, sabemos bien los cristianos, solo existe cuando nuestra vida está cimentada en algo infinito. ¿Puede haber algo más grande que Dios? ¡No! Por eso si nuestra vida se fundamenta en lo material, desdichados seremos. Si nuestra vida se funda en placeres carnales, infeliz es nuestro futuro. Nuestra felicidad completa tiene su raíz en Dios.

«Porque la higuera no florece, ni se recoge nada en las viñas; fracasa la cosecha del olivo y los campos no dan alimento; las ovejas desaparecerán del corral y no hay bueyes en los establos. Pero yo me alegraré en el Señor, me regocijaré en Dios, mi Salvador. El Señor, mi Señor, es mi fortaleza…» (Habacuc 3.17-19).

5. «Desmotivadamente optimista»

optimismo
¡Vamos que se puede! Dicen muchos por ahí. Es una frase que alienta, que motiva. Pero con todo lo que hemos expuesto: la indiferencia, el individualismo, la búsqueda de la satisfacción personal, etc. no sé bien si vivimos en un mundo optimista. Mi juicio es que muchos viven desmotivados y se escudan en un pseudo-optimismo de consignas y frases bonitas como para no afrontar la realidad. Aquél optimismo es temporal, así como se disuelve un hielo en pleno sol, así se va evaporan las motivaciones. Vivimos de metas a corto plazo. «Ahora voy a ascender en la empresa», «ahora voy a pasar de nivel en el juego de PC», «ahora voy a terminar mi doctorado», y luego ¿qué? De nuevo a buscar una meta que nos motive a seguir viviendo. Nos ahorraríamos todo esto si confiáramos en Dios y aceptáramos que Él tiene razón, que la Iglesia tiene razón. Aquí entra la virtud teologal de la Esperanza, dice el Catecismo:

«La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo” (CIC 1817) Así que “Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa» (Hebreos 10,23).

6. «Esclavizadamente libre»

libre
Díganme si el pecado no esclaviza, eso está más que claro en la Biblia. El odio engendra odio, la guerra trae consigo más guerra, la esclavitud genera más esclavitud y así seguiríamos la lista. No todo lo que queremos nos hace libres, es cosa de ver por la calle a las personas, la mayoría camina con el celular en la mano, es una dependencia, una esclavitud. Cuando aquello que uso se vuelve en mi contra, y resulta que yo soy usado por aquello, es cuando hablamos de esclavitud. Ya no hablamos de la trata de personas, que también, pero hoy hay otras formas de esclavitud. Si el internet, la tecnología, el dinero o el consumismo te hacen dependiente, es que eres esclavo de ellos. Esta esclavitud es la que hoy incluso se defiende públicamente: “es que tengo derecho”, “es que yo quiero…”, ¿tengo derechos a abusar de las cosas y de las personas hasta el punto de ser dependiente de ellos?, ¿tengo derecho a perder mi libertad con placeres, con mis “querer” o con lo que se me antoje? Piénsalo… quizá sea hora de dejarte sanar por Jesús y conseguir la verdadera libertad de los hijos de Dios.

Porque también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Romanos 8, 21).

7. «Indiferentemente preocupada»

indeferente
De todo estamos pendientes. Que se quemó una granja en Australia, que se escapó un gorila en Japón, que salió un automóvil nuevo en Austria. Con la tecnología la comunicación es expedita, más rápida y fácil. Pero, ¿realmente estamos preocupados por todo ello o es un simple afán de la «novedad»? No me extrañaría que la respuesta fuera la última opción. Que mueren miles de cristianos en medio oriente, que falta comida y agua en África, que llevan a juicio a la Iglesia por defender sus derechos, de todo esto, ¿nos preocupamos también? ¿Vamos detrás de lo que nos conviene o de lo que realmente merece nuestra atención? Mientras los medios nos cuentan «la cara negativa” de la vida, los problemas de fondo que requieren atención no tienen por dónde salir a la luz. Indiferentes seremos mientras nos veamos solo a nosotros y a nuestros intereses. Cuando miremos a nuestros hermanos con amor, allí comenzará una nueva vida. Ya lo decía Juan:

«Hijitos, no amemos con puras palabras y de labios para afuera, sino de verdad y con hechos” (1 Juan 3.18). Y en otro pasaje leemos: “Ayúdense mutuamente a llevar las cargas, y así cumplirán la Ley de Cristo. Por lo tanto, mientras estamos a tiempo hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe» (Gálatas 6, 2 – 10).

Y un bonus track… «Temporalmente espiritual»

Y en el bonus track tenemos un fenómeno cada vez más frecuente. Aquellos que se alejan del «mundo» para buscar mayor paz y tranquilidad suelen recurrir a métodos alternativos de pacificación espiritual. Una, dos y tres sesiones suelen ser insuficientes para conectarme con lo trascendente. ¡Claro, porque la solución no es esa! Si quieres acercarte realmente a tu lado espiritual, debes acercarte a la Verdad que ya hemos mencionado antes. Esta Verdad es Dios, y esa paz del alma se consigue cuando se está reconciliado con Él, cuando amamos a nuestros hermanos, cuando nos preocupamos por construir un mundo mejor. De lo contrario volveremos constantemente a mira atrás y no avanzaremos. Si quieres alejarte de lo carnal, de los placeres, del consumo, ve a Dios.

«Yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, usted es no pueden hacer todo el bien que quieren. Si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también por él» (Gálatas 5,16 – 17,25).

Espero que estos 7 puntos nos puedan ayudar a comprender más el mundo en que vivimos y desde una perspectiva cristiana, para que así también, seamos animados a buscar incesantemente las cosas del cielo. El mundo podrá ser muy tentador, pero jamás vencerá a quien esté enraizado en el amor de Dios. Como decía San Pablo, «Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada?» (Romano 8.35) ¡Nada ni nadie podrá separarnos del amor del Señor!

Te dejamos una interesante frase para profundizar en el tema del que hemos hablado 🙂
mundo

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